Ingenio Azucarero San Aurelio S.A.

Memorias

Ramón Darío Gutiérrez Jiménez fundador del ingenio azucarero San Aurelio S.A. escribió dos libros con el título  “Mis Memorias”. La primera parte publicada en 1981 y la segunda parte publicada en 1990.

De su intensa y fructífera vida, él mismo nos da una visión general de sus experiencias y emociones a través de relatos de la época que constituyen también una referencia para conocer los hechos sociales y políticos que caracterizaron su tiempo. Por lo mismo consideramos interesante incluir algunos párrafos que retratan su vida familiar, empresarial y de servicio comunitario.

Leer Memorias

Tres goces excelsos:
– Tener un hijo
– Plantar un árbol
– Escribir un libro
De los primeros goces de esa pura filosofía oriental, yo ya había participado plenamente.
Me faltaba el tercer goce: escribir un libro.

Pero he aquí que mi vida toda es un libro abierto. Alegrías, penurias, triunfos, fracasos, dolor, lágrimas, risas. Ingredientes todos para un libro. Sucesión de sentimientos, a veces encontrados, otras afines, pero conformando la unidad espiritual de solo un hombre.

No tengo en realidad que hacer ningún esfuerzo. Dejo que el viento deshoje las páginas de mi vida, apenas si las ordeno un poco en obsequio de la claridad de los conceptos.
¡Y ese el libro!

(Del libro “Mis Memorias” I, Pág. 11).

Al adoptar la determinación de entregar mis memorias para conocimiento público, no es porque considere que encierran sucesos espectaculares que pueden dejar pasmada a la gente.

Más bien estimo que quien decida seguirme en los fragorosos hechos de la vida, puede encontrar una razón para cambiar esa mentalidad derrotista que suele dominar al género humano.

Quisiera que estas memorias sean un mensaje de fe, de amor, de esperanza, de algo.

(Del libro “Mis Memorias” I, Pág. 14)

 

Trabajar con mi hermano Aurelio, a quien admiraba ciegamente había sido uno de mis grandes anhelos. Seguir sus pasos sobre las cementeras húmedas de rocío, caminar airoso en medio de las manadas de vacunos a la hora del atardecer imitando sus ademanes enérgicos, estar a su lado de sol a sol mientras se consumaba el milagro de la germinación de la tierra fecunda por el hombre, escuchar a su diestra, el quejumbroso mugido de las vacas llamando a sus crías, era cuanto había querido hacer durante muchos años y para toda la vida.

Aurelio reemplazo a los togados que debían darme una formación académica. A su lado me recibí, al poco tiempo de hombre.

(Del libro “Mis Memorias” I, Pág. 75)

Si el catecismo en que se nutrió mi espíritu había sido de trabajo, si bajo esta disciplina enmarcada en el régimen de austeridad que me impuse, llegue a madurar, no es raro que desde siempre hubiese asignado un valor imponderable al hombre trabajador y que, en cambio el desidioso, el deshonesto merecieran mi irrevisable condena. Estoy en el ocaso de mi vida, decurre vertiginosamente y sin pausa, el cuarto de hora final de mi existencia y debo confesar, casi cuando me apresto a responder al llamado de Dios, que las únicas reverencias que me vi obligado, estuvieron dedicadas al obrero humilde, al artesano tenaz, al creador, al ingenioso, al que en el campo o en las ciudades hizo de su lugar de trabajo un santuario y del cumplimiento de sus deberes una mística.

(Del libro “Mis Memorias” I, Pág. 77)

Aurelio había viajado al Beni por cuestiones de negocios y desde allí me escribió una carta en que me daba cuenta del éxito de sus transacciones. Me decía luego que había tenido la oportunidad de conocerme a fondo y de valorar todas mis cualidades. Expresaba en su carta que al tener conocimiento de que nuestra madre tenía el propósito de emanciparme por haber llegado a la mayoría con legítimos títulos, quería organizar una sociedad en la que él y yo tendríamos iguales derechos y obligaciones y capital también igual. Aclaraba que siendo el poseedor de mayores bienes, los aportaría a la sociedad, sin intereses y sin esperar ventajas.

(Del libro “Mis Memorias” I, Pág. 92)

Aurelio y Ramón. Diez años de íntima comunidad. Diez años que pudieron ser veinte o treinta o muchos años más, si acaso la guerra del Chaco, aquel espantoso fragor del sudeste de la Patria, no cobra el hermoso holocausto que fue la vida de mi hermano del alma.

(Del libro “Mis Memorias” I, Pág. 93).

Pero él retribuyó mi gesto de la misma manera. Declarada la guerra del Chaco que enfrentó a dos pueblos hermanos – Bolivia y Paraguay – en una lucha sin sentido que hizo verter torrentes de sangre fraterna, Aurelio también dicto su testamento público instituyéndome heredero con todas las formalidades de la Ley.

(Del libro “Mis Memorias” I, Pág. 97)

El tiempo siguió su marcha inexorable y un tanto serenados los espíritus luego de las conmovedoras estampas de la guerra y la post guerra, conscientes de que era preciso dar de una vez la cara a la adversidad, los cuatro hermanos menores Gutiérrez Jiménez: Ramón, Alicia, Pablo y Oscar, celebramos en Charagua una reunión fraternal que, entre otras cosas, debía concertar un acuerdo para dividir las tierras heredadas de nuestros padres y que hasta esa fecha habíamos mantenido en mancomún.

(Del libro “Mis Memorias” I, Pág. 104)

Cerrado el trato, suspendido en armonía y con abrazos fraternales el encuentro de los cuatro hermanos Gutiérrez Jiménez en Charagua, cerrose asimismo al capítulo correspondiente a mis actividades en la extensa provincia Cordillera del departamento de Santa Cruz. Allí sólo quedaron por algunos años, como algo ligado a mi espíritu, los venerados restos mortales de mi hermano Aurelio, que luego trasladé a Santa Cruz, al mausoleo que hizo construir mi madre y más tarde al que yo erigí en su memoria y en el que algún día , ya no muy lejano, yo iré a descansar a su lado.

(Del libro “Mis Memorias” I, Pág. 105)

En la casa de hacienda de mi padre estaba en desarrollo una laboriosa molienda: Dos sólidos trapiches no se daban tregua, movidos por briosas mulas de gran alzada, triturando la caña bajo la mirada alerta de mocetones curtidos por el sol, hercúleos y dicharacheros, fieles exponentes de su raza camba. El precioso jugo de tonalidad ambarina escurría copiosamente y procesábase luego por métodos rudimentarios que, dados los tiempos que se vivían, constituía verdaderos alardes de ingenio y perfección.

Elaborábase azúcar y aguardiente, éste de mucha calidad y gran demanda y aquélla, ligeramente negruzca debido a lo salitroso de la tierra donde se cultivaba la dulce caña de azúcar.

(Pág. 34 del libro “Mis Memorias”)